A partir del Martes 17 del presente mes, según informaciones del Ministerio de Educación, aproximadamente 2.8 millones de escolares ocuparán las aulas del sector educativo público y del privado. Como siempre cargados de esperanzas y con los mejores deseos de que una guía correcta los lleve por los caminos de un aprendizaje significativo donde los valores se constituyan en los principales pilares de ese aprendizaje transformador de los seres humanos y la sociedad.
Si asumimos que de esa población escolar aproximadamente el 20% está bajo la tutela del sector privado, el cual maneja el proceso con las ambiciones propias de todo el que desarrolla una actividad empresarial, entonces unos 560,000 estudiantes serán controlados por ese sector, el cual ha experimentado grandes cambios especialmente en lo referente a la ampliación de su cobertura empresarial, no así en la adopción de nuevas estrategias de aprendizaje y la adopción de nuevas tecnologías que contribuyan con la formación de un individuo más consciente de su responsabilidad social y mucho más comprometido consigo mismo.
Hoy la gran mayoría de los centros educativos privados dentro de su oferta educativa está la suplir libros, útiles escolares, ropa deportiva y reciben ganancias cuando organizan excursiones educativas, o sea que se gana dinero por todas las vías. Después que esa plataforma está establecida, hay un gran flujo de caja, sus dueños dicen que nunca ganan, pero es noticia el centro educativo que haya tenido que cerrar sus puertas por razones económicas, en otras palabras nunca cierran; ese famoso pan de la enseñanza se vende muy bien.
Lo peor de todo esto la poca supervisión de un ministerio al que la falta de presupuesto lo ahoga en sus propios problemas y muchas veces no pueden ver de manera crítica la conducción del proeceso educativo del sector privado el cual no solo deben supervisar, sino también mantenerlo bajo una cirugía permanente.
Para ver los resultados en educación hay que esperar de 20 a 25 años, esto significa toda una generación para darnos cuenta que lo que se hizo no era lo que había que hacer o de la manera en que fue ejecutado no era la mejor, las posibilidades de reparación no son posibles, causando frustraciones, desengaños y por supuesto un daño irreparable al individuo y a la sociedad, ¿A quién le podemos pedir cuenta veinte o veinticinco años después? Los daños causados a mediados de la década de los ochenta se están reflejando en el presente, ¿A quién le van a reclamar los afectados?
De ahí que constituye una garantía, al menos mínima de que una buena supervisión del proceso educativo pueda evitar esos daños irreparables y que esa carga de esperanza no se convierta en una carga de frustración para el individuo, la familia que pagó altas sumas por el servicio educativo y por la sociedad que no puede contar con los cuadros necesarios para su avance.
Auguramos muchos éxitos para todos los escolares que comienzan mañana, conviertánse en guardianes de su propio proceso y para los del sector público queremos que nuestros impuestos sean bien usados y cuando ustedes aprenden nuestros impuestos han tenido un buen destino.