Tengo gratos recuerdos de mi vida escolar, especialmente del nivel básico en una escuela pueblerina. Nunca olvido como se nos comprometía a “sacar de abajo” como sinónimo de desarrollar la capacidad de pensar. Esa generación de maestros se adelanto a su época; es como si hubieran tenido una clara conciencia de lo que sería la sociedad de hoy, donde en materia de formación educativa, pensar es casi un artículo de lujo, experimentar es una carga de trabajo y manejar el método científico es un acto de genialidad, salvo sus honrosas excepciones.
De las disciplinas que requieren más capacidad de pensamiento están las ciencias naturales y matemáticas, razón por la cual la sociedad contemporánea se ha visto profundamente transformada por el trabajo de los físicos, los químicos, los biólogos y se verá más transformada aún con la biotecnología, la cosmobiología y otras. Son muchos los aportes que han hecho las ciencias naturales a la humanidad. Todos ellos han sido frutos del pensamiento, o sea de “sacar de abajo”.
¿Está el maestro de hoy enseñando a sus alumnos a “sacar de abajo”? Me gustaría responder esta pregunta de manera afirmativa, pero habría que hacer un acto casi milagroso. Nuestra mayor preocupación está dirigida a que el maestro de ciencias demuestre una actitud más compromisoria con su propia formación académica y con la búsqueda del ideal pedagógico de cada país. Esto haría de la escuela y del educando el punto focal de su vida. En la medida en que se considere a sí mismo como uno de los principales activos de la sociedad, en esa misma medida recuperará el terreno que ha perdido en el seno de la sociedad.
La gran mayoría de la clase magisterial ha sido relegada de su propia naturaleza de clase pensante, cuando su objetivo fundamental debería ser luchar por alcanzar altos niveles de intelectualización, y así lograr una posición cimera en su entorno social. Bastaría que pusieran en primer plano su deseo de superación en lugar de unas concepciones gremiales un tanto pasadas de moda y muchas veces destempladas.
Tenemos suficientes ejemplos de maestros, tanto del sector público como del privado, que pudiendo impartir una docencia activa, porque disponen de los recursos para ello, no lo hacen muchas veces argumentado que eso no se lo están pagando o que no disponen de espacio físico. Uno de los científicos más sobresalientes del siglo XIX, James Clerk Maxwell, padre de la teoría electromagnética, creó su primer laboratorio utilizando una puerta vieja sobre dos barriles y llegó a ser director de uno de los centros de investigaciones de más prestigio en el mundo, el Laboratorio Cavendish en Inglaterra.
Uno de los objetivos fundamentales del maestro de hoy debería ser: cultivar el espíritu investigador de sus alumnos para que se conviertan en generadores de conocimientos, esto ayudaría a formar personas pensantes, que saben “sacar de abajo”.
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